México, 23 may (EFE).- A las tragedias familiares de abusos sexuales y miseria padecidas, los niños que viven en casas de acogida sufren ahora atemorizados el drama de la pandemia sin entender por qué no pueden salir al patio a jugar.
Los miles de niños mexicanos que han podido ser rescatados de los abusos de sus propios familiares o de la miseria callejera soportan con angustia un confinamiento riguroso para evitar el contagio del COVID-19.
Las 200 casas de acogida de Ciudad de México alojan menores que por distintas razones no pueden vivir con sus familias bien sea por la extrema pobreza, la violencia o los abusos sexuales.
No existen en México estudios sobre el número exacto de niños en situación de riesgo, aunque un informe de Unicef de 2018 indicaba que seis de cada 10 niñas o niños de 1 a 14 años han experimentado algún tipo de violencia.
La mayoría de casas de acogidas dependen de las donaciones de empresas y particulares y cubren un «hueco legal enorme de atención porque las autoridades no tiene los espacios suficientes», explica a Efe Leticia Becerril, directora de la casa de acogida Ayuda y Solidaridad (AyS), un centro solo para niñas y adolescentes mujeres.
En AyS viven más de 70 chicas de edades comprendidas entre los 4 y los 17 años.
Los últimos informes de la Red de los Derechos de la Infancia en México (REDIM) señalan que uno de cada 10 feminicidios en el país afecta a niñas y adolescentes por lo que resulta esencial la tarea de protección de centros como AyS.
UN CONFINAMIENTO RIGUROSO
Lula es una niña de 9 años y llegó al centro con 3 años. Su madre ejerce la prostitución por lo que el riesgo de abuso sexual era alto.
Dada la desatención educativa y emocional que sufría, las autoridades obtuvieron por vía judicial la potestad para ser acogida en el centro AyS.
«Lo que más extraño son mis amigos del colegio», dice Lula sobre la obligación de permanecer en el centro sin poder salir mientras persiste el estado de emergencia sanitaria.
Las normas del confinamiento de AyS, donde duerme un máximo de cuatro niñas por habitación, las establece la dirección del centro, ya que desde las instituciones públicas las indicaciones «han sido heterogéneas y les ha faltado certidumbre», cuenta Becerril a Efe.
Cuando comenzó el estado de emergencia, AyS estableció primero la limitación de visitas a los familiares, luego redujeron visitas del exterior y organizaron las actividades para poder seguir con la labor de desarrollo integral de las chicas.
La reorganización de turno del personal fue uno de los primeros retos para que el coronavirus no llegase del exterior. Los trabajadores hacen turnos de varios días seguidos y pernoctan en la misma casa de acogida.
Para evitar la presencia de monitores externos, desarrollaron distintas actividades como pintura, bordado o baile para que niñas como Lula puedan estar entretenidas y no padezcan la angustia de estar encerradas.
La reincorporación al calendario escolar, vía remota, representó para AyS y otras casas de acogida un singular reto ya que las niñas estudian en distintas escuelas.
A los problemas derivados de confinar a niñas se suma las situaciones de tipo emocional e incluso psiquiátrico de algunas de ellas.
ALEJADOS DE SUS FAMILIAS
Son raros los casos de menores que mantienen relación con el núcleo familiar del que fueron rescatados. De 17 años de edad, Félix lleva 15 años en PACO, una casa de acogida para varones.
Con tan solo 3 años escapó junto a su hermana de 4 años de un hogar donde sufrían maltratos.
«Extraño salir, nunca había estado confinado, siempre salí a un museo, a clase, pero los pequeños lo llevan peor porque no comprenden la situación», asegura.
Uno de esos compañeros es Alex, de 7 años. Sufrió violencia por parte de la madre y no recibía escolarización. Su alto nivel de coeficiente le ha hecho recuperar grados de formación en el año que lleva en la casa de acogida regentada hace cuarenta años por Sor María.
«Lo que más echo en falta es jugar al fútbol», cuenta Alex.
César Antonio Aguilar es trabajador social desde hace 25 años y explica nos cuenta cómo en PACO han tenido que reestructurar los tiempos, y hacer grupos para el deporte, jugar a la consola o recibir clases.
«Lo más complicado con el confinamiento es controlar las hormonas de los chicos al estar tanto tiempo encerrados», relata Aguilar.
El otro efecto común entre las casas de acogida no públicas es el económico. Cada menor requiere un mínimo de 7.000 pesos mensuales, alrededor de 325 dólares.
La aportación gubernamental ronda el 1 % en la mayoría de los casos y el 5 % en algunos pocos. La mayoría de las casas de acogida han visto reducidas drásticamente las aportaciones de particulares y empresas debido a la pandemia.
PACO en estos dos meses ya ha sufrido una merma del 30 % de sus ingresos. Su directora, Erika Sánchez, señala que en los últimos 7 años los donativos se han reducido un 70%.
«Los donativos se centran ahora en causas ecológicas y de género, los niños no parecen ser prioritarios para la sociedad», se lamenta Erika Sánchez ante la falta de solidaridad de la sociedad por el futuro de tantos niños desamparados.