Mientras el mundo, México incluido, comienza a entender que tenemos que convivir con la pandemia, pues la economía no soportó el parón y se decidió reemprender la marcha y mientras seguir contando contagios por decenas de miles y muertos por millares, lo que todo mundo está constatando es que el capitalismo neoliberal estaba allí, esperando reiniciar su andadura, con la única peculiaridad de que la humanidad entera quedó contagiada de la sospecha y en lo sucesivo y hasta que no tengamos una vacuna contra el COVID-19 tendremos que guardar la distancia unos de otros.
Respecto a nuestro país, donde las previsiones del subsecretario López-Gatell quedaron ya rebasadas, habrá ahora que hacer el recuento de los daños, que en lo que respecta a la salud pública desnudó las improvisaciones de la llamada 4T y el abandono del sistema de salud en los últimos sexenios, pues es cierto que el estado del sector salud era ruinoso ya antes de que se decidiera desmontarlo, siempre con el riesgo de que las semanas que vienen las cosas vayan a peor.
Respecto a la economía, los daños están a la vista, pues en un contexto donde era una urgencia estimular a los sectores productivos, el empeño de aplicar el dogma no ha hecho sino obstaculizar cualquier recuperación, como quedó de manifiesto este fin de semana en que los negocios reabrieron, pero como si no lo hubieran hecho, pues los consumidores no aparecieron por la sencilla razón de que dos meses sin ingresos no son precisamente una invitación a ir a comprar nada, salvo lo indispensable.
Desconocemos todavía el resultado expresado en derrama del ‘Hot Sale’, celebrado el sábado, pero entendemos que no es que la gente se haya volcado a comprar ropa, electrónicos o boletos para viajes que nadie sabe cuándo hacer o cómo pagar.
Llama la atención, confirmando que los expertos sí tienen razón, que de esta crisis saldremos con un estimado de poco más de 12 millones de personas que iniciaron el año en la parte baja de la clase media y ahora mismo están ya en el registro de los pobres de México, según el estudio que publicó hace un par de días el CEES, que señala que del parón estamos saliendo con la penosa cifra de 57 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza, casi 27 de ellos en la miseria extrema.
No es cuestión de ideologías señalar que, de nueva cuenta, los experimentos sociales que combaten la generación de riqueza, alegando que están creando una sociedad nueva o que, como aquí, aseguran que la política debe primar el cuidado de los pobres, lejos de socializar la abundancia lo que hacen es generar masas de miseria, lo que incluso ya nos tiene en el umbral de la suprema negación de la realidad, el inventar índices a modo de bienestar para asegurar que la pauperización de millones de personas es un síntoma de bienestar.
Quedan, además, otros asuntos como la inseguridad, una vez que en el errático esfuerzo de combatir el COVID-19, se ha abandonado cualquier cosa que parezca una estrategia contra el crimen organizado, que sale de esta crisis fortalecido e incluso reinventado, dueño de territorios que nadie cuidó en estas semanas de pesadilla.