Por segunda vez en menos de un mes un tribunal de Nueva York condenó a Donald Trump a pagar una multa millonaria y, lo que es peor para un empresario como él, le prohibió hacer cualquier tipo de negocios en la ciudad durante los próximos tres años.
Al multimillonario de 77 años, que labró su fortuna en negocios inmobiliarios de la Gran Manzana en los años setenta del siglo pasado, ahora se le atraganta Nueva York, su sistema político y sus tribunales.
«Ayudé a Nueva York durante la peor de sus épocas, y ahora, cuando está invadida por violentas bandas de inmigrantes de Biden, los radicales hacen todo lo que pueden por expulsarme», escribió este viernes Donald Trump en su red social, Truth Social, probablemente desde Florida, su refugio preferido desde hace unos años.
Con esa frase, Trump pone el dedo en la llaga por la que más supura Nueva York en estos últimos dos años: los 175.000 inmigrantes llegados a la ciudad, casi todos latinoamericanos, que no solo han tensionado las finanzas municipales, sino que han protagonizado en las últimas semanas violentos incidentes profusamente aireados por los medios derechistas afines al expresidente.
Una ciudad fracasada por culpa de los demócratas
Para Trump, esta ciudad gobernada por los demócratas personifica como pocas el fracaso de las políticas progresistas, con sus calles sucias y sus altas tasas de inseguridad (aunque los datos demuestren que ha sido mucho más peligrosa en cualquier otra época del pasado).
Este jueves, el expresidente se jactaba en otro tribunal de su profundo conocimiento de la ciudad de Nueva York: «Conozco esta ciudad mejor que nadie. No hay nadie que la conozca como yo», proclamó ante los periodistas, en su habitual tono desafiante, antes de sentarse ante un juez, dando a entender que era capaz hasta de adivinar las decisiones judiciales.
Pero esta ciudad donde él construyó su inmenso emporio ramificado en varios estados (y aun fuera del país) está demostrando ser implacable con él, ya sea porque la Justicia es ciega o porque -como él dice una y otra vez- los políticos demócratas que dominan las instituciones y los tribunales han desatado una ‘caza de brujas’ anti-Trump.
El pasado 25 de enero, un tribunal neoyorquino lo condenó a pagar 83,3 millones de dólares a la escritora E. Jean Carroll, no por haberla agredido sexualmente -lo que fue objeto de otro juicio anterior-, sino por daños y perjuicios con sus comentarios difamatorios posteriores.
Esa pena ha sido poca cosa comparada con la que otro tribunal le impuso este viernes, cuando el juez Arthur Engoron le condenó a pagar 355 millones de dólares por actividades fraudulentas de la Organización Trump, y fue más lejos: le prohibió hacer negocios durante los próximos tres años en esta ciudad.
Y aunque los negocios de Trump están ahora muy diversificados y sus preferencias vitales parecen ir más hacia Florida -donde pasa la mayor parte del año, como tantos millonarios de su edad-, el significado de Nueva York es importante en su imperio.
Fue en la Gran Manzana donde el joven Trump, que ya nació con un pan bajo el brazo, al heredar una importante fortuna de su padre, comenzó a construir su propio nombre, sobre todo a partir del sector inmobiliario, lo que se materializó en todo un símbolo: la Torre Trump, un lujoso complejo con hotel, restaurantes y galerías comerciales lindante con la mítica joyería Tiffany’s y muy cerca del Central Park.
De Nueva York, Trump fue expandiendo su emporio a otros estados y a otros países. El medio especializado Forbes cifra su fortuna actual en 2.600 millones de dólares, por lo que aparentemente las multas impuestas hasta ahora son calderilla (o ‘peanuts’ en inglés).
Pero Forbes añade hoy un dato interesante: su fortuna en metálico, o ‘cash’, el pasado septiembre era de 426 millones de dólares; es decir, ni siquiera alcanzaría para pagar las multas acumuladas en estas últimas semanas, que suman 438 millones. A menos que empiece a vender. EFE