Venecia (Italia), 6 sep (EFE).- Como las botellas que Oskar Alegría lanzaba al río durante los cuatro meses que vivió completamente aislado en un bosque de Gorriza (Navarra), hoy llega a la Mostra de Venecia su documental «Zumiriki», un canto de resistencia poética que es también la historia de un naufragio.
El filme compite en la sección Horizontes y es la única representación española en el festival junto a Rodrigo Sorogoyen -presente en esa misma sección con el largometraje «Madre»- además del hispano-chileno Theo Court.
El director de «La casa Emak Bakia» relata su experiencia a lo Robinson Crusoe en busca de la isla donde pasó los veranos de su infancia, una isla que ha quedado sumergida en el río Arga debido a la construcción de una presa.
E intercala una «colección de últimas noches», una filmación realizada con anterioridad en distintas cabañas del Pirineo vasco de las horas finales que pasan en ellas los últimos pastores solitarios que las han habitado.
«La película es un réquiem por un paisaje roto», dice a Efe el cineasta, que arranca el relato con las imágenes en Súper 8 que grabó su padre en ese mismo enclave del bosque navarro cuando eran pequeños.
Solo con sus cámaras, un par de gallinas, latas de comida, agua y una colección de 70 libros, Alegría se lanzó a descubrir la orilla desconocida del río, en la que nunca había estado, a la espera de que sucediera un milagro.
«La otra orilla representa el misterio de lo salvaje, un lugar donde no existe el tiempo ni el lenguaje, donde las palabras se borran, un lugar donde te oyes niño», explica. Y es la voz de ese niño la que permite narrar una historia.
Dice Alegría que finalmente «Zumiriki» (una palabra en euskera para denominar una isla en medio de un río) es una película sobre la espera: «la espera de algo que no sabes lo que es, en la espera de nada pasan cosas, en la inacción hay una luz que se mueve, una ausencia de gestos que te hace completarlos».
Y así, mientras espera, observa: una vaca fugitiva, una nube y una rama que se dan la mano, los cormoranes que anidan junto a la cabaña que se construyó él mismo. «Zumiriki» es también una invitación a la hazaña de pensar y la aventura de sentir en este mundo hiperconectado.
«Las aventuras en la naturaleza son cada día más envidiables, vivir sin llaves, sin dinero y sin DNI… vuelves a la civilización y te das cuenta de que no te has perdido nada, nos creamos necesidades artificiales», asegura.
Una aventura que no estuvo exenta de momentos críticos: una riada que casi se lleva por delante la cabaña que se había construido, una aparatosa caída de un árbol mientras colocaba una cámara o una urticaria e hinchazón en los brazos por embadurnarse con un tipo de musgo en sus maniobras de camuflaje en la naturaleza.
«Pasé dos noches malas, me habría dado rabia abandonar por una cosa así», asegura.
Muchos sueñan con llevar a cabo una gesta similar, pero pocos lo logran. Dice Alegría que el secreto no está en la gesta, sino en el gesto. «Se me pueden acabar el agua o las lentejas, pero el gesto poético siempre tiene que estar por encima, es lo que me permite permanecer tanto tiempo ahí sin aburrirme y sin tener miedo».
Cuando le preguntan qué queda en él hoy de esa experiencia vivida entre la primavera y verano del 2018 lo tiene claro: «No he vuelto, sigo ahí. Mi sueño era hacer una película y quedarme a vivir en ella y me he quedado a vivir en esta película».
Por Magdalena Tsanis