México, 18 ago (EFE).- Después de ganar un título mundial, dos medallas olímpicas y 15 en Juegos Panamericanos, la saltadora mexicana Paola Espinosa es una especie de hacedora de milagros que vive por encima del bien y el mal.
«Ya he logrado todo lo que he querido, ahora lo que estoy logrando está lleno de emociones, sentimientos bonitos y felicidad. Ahora sí, a disfrutar lo que soy», asegura la competidora.
Es una de las mejores deportistas latinoamericanas de este siglo, que en el Mundial de Roma 2009 derrotó a las favoritas chinas para convertirse en la mejor clavadista del mundo en la plataforma de 10 metros y con dos medallas olímpicas en saltos sincronizados, bronce en Pekín 2008 y plata en Londres 2012.
Su entrenador, Iván Bautista, cree que se trata de una mujer con un talento superior, una elegida para el deporte, sin embargo la clave de sus triunfos quizás esté más relacionada con su capacidad para convertir los imposibles en milagros.
«Sufrí muchos años de dolor de rodilla derecha; hasta caminando se me salía el líquido. Gané el título mundial con derrame sinovial», revela en una sesión de confesiones con la agencia Efe.
Porque acostumbró a todos a que siempre ganaba, la imagen de Paola que suelen dar los medios es la de una mujer invulnerable. Nada más alejado de la realidad; en los últimos 20 años ser campeona de clavados fue para ella un acto doloroso, sobre todo desde que le descubrieron hernias en un par de discos de la columna vertebral.
«El tema de la espalda fue lo más feo, un golpe al orgullo. Ni siquiera podía cambiarme o ir al baño sola; me dolía pararme de la cama. Fue una sacroileítis con ciática al mismo tiempo. Aparte tenía dislocada la cadera», revela.
Eso pasó cuatro meses antes de los Olímpicos de Río de Janeiro. Era imposible que pudiera saltar bien en Brasil, pero otra vez provocó milagros (es su segundo nombre) y terminó en cuarto lugar.
«A veces nos enfocamos en lo bonito, eso es lo que ven, pero yo sigo siendo una mujer, a veces de buenas, a veces de malas. A veces me duelen cosas, a veces lloro y me desespero», dice y desbarata la imagen de heroína que tienen quienes la adoran al verla en la televisión elástica y con un aura casi divina.
El mes pasado Paola Espinosa ganó la medalla de bronce en saltos sincronizados de trampolín de tres metros en compañía de la joven Melany Hernández y es lógico tomarla en cuenta como candidata a medalla en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Sin embargo hace tres años emigró de plataforma de 10 metros al trampolín de tres y necesita subir por lo menos seis kilos de peso para poder despegar mejor y tener margen para sus evoluciones.
«Tantos años acostumbrada a estar delgada, a cuidarme, me está costando, tengo que comer más pero también hacerme estudios para saber en qué enfocarnos para que esto sea más rápido», dice, convencida de que sus milagros, a diferencia de sus clavados, no tienen grado de dificultad.
En el lejano 2001, cuando era una niña a punto de cumplir 15 años, Paola Espinosa debutó en Campeonatos Mundiales, en Fukuoka, Japón. Con inocencia de principiante, se conmovió con todo y hoy recuerda aquella experiencia entre las más hermosas de su vida.
«Yo decía qué bonito estar aquí, qué bonito ganar una medalla. Todo se va entrelazando en mi vida y ahora estoy otra vez ilusionada con Japón. Siento que Tokio 2020 pueden ser mis Juegos Olímpicos».
Así es Paola Espinosa. A los 33 años, cuando la mayor emoción de su vida es ser madre, mantiene la capacidad de entregarse por una meta y hoy se confiesa abierta a alimentarse bien para subir de peso, a colgarse boca abajo de una barra para estirar sus vértebras rebeldes y a entrenarse como posesa por el sueño de ganar su tercera medalla olímpica.
«Tiene el talento y todavía puede ganarle a cualquiera. Todo dependerá de la inversión en los entrenamientos», asegura Bautista.
Fuera de la alberca, la historia es otra. La campeona le echa a perder el sueño a quienes la imaginan perfecta hasta cuando se lanza de las piedras altas en la playa.
«No soy una gran nadadora, a veces trago agua; seguro la última vez que me tiré un clavado me pasó porque sigo siendo una mujer normal y me pasan cosas como a cualquier persona. La playa me da miedo y nunca me tiro de las rocas», confiesa, complacida de sacar su lado humano más allá de las medallas.