El reformista Masud Pezeshkian se ha impuesto en las elecciones presidenciales iraníes con promesas de acercamiento a Occidente y de relajación del velo, medidas aperturistas en medio del enorme descontento de parte de la población en la República Islámica de Irán.
Pezeshkian devuelve así al poder a los reformistas, bloque político que busca cierta apertura del país, casi 20 años después del mandato del expresidente Mohamed Jatamí (1997-2005), quien insufló a Irán ciertos aires de apertura, y con quien entró en política en el año 2000 como ministro de Sanidad.
De hecho ha presentado durante la campaña su hipotético gobierno como un “tercer mandato” de Jatamí, además de haberse rodeado de ministros del expresidente moderado Hasan Rohaní (2013-2021).
No es un opositor, sin embargo, y ha recalcado su lealtad al líder supremo, Ali Jameneí, sin quien no habría llegado a la presidencia del país, según afirmó en su discurso de la victoria.
“Prometo que escucharé vuestras voces”, dijo Pezeshkian en un discurso en el mausoleo del Iman Jomeiní a las afueras de Teherán, donde acudió a “renovar su lealtad” al fundador de la República Islámica.
Horas antes se hacía oficial que el reformista se había impuesto en la segunda vuelta al ultraconservador Saeed Jalili, y sucederá al mandatario Ebrahim Raisí, quien murió en un accidente en mayo.
Político desconocido hasta hace poco, ha logrado ganar las elecciones con un mensaje de cambio y esperanza, acercamiento a Occidente, críticas al velo, la promesa de tratar de revivir el moribundo acuerdo nuclear y el miedo a su rival ultraconservador.
Llega al poder en medio de un fuerte descontento popular con la República Islámica por la mala situación económica, golpeada por una inflación del 40 % y un paro juvenil del 20 %.
Además, existe un enorme desafección, sobre todo entre los jóvenes y mujeres, por la represión social, en especial por la imposición del velo islámico tras la muerte de la joven Mahsa Amini en 2022 tras ser detenida por no llevar el cabello cubierto, lo que provocó enormes protestas.
Ahora, tras ganar las elecciones y asegurar que cumplirá sus promesas, advirtió que el país vive momentos “difíciles” y “duros”.
“Afrontamos una gran prueba”, aseguró entre los vítores de sus seguidores y metáforas religiosas ante la llegada del mes musulmán de Muharrán, un periodo de luto en el que se conmemora la muerte del imán Husein.
Para hacer frente a los desafíos afirmó que espera que le “ayude” el Parlamento, dominado por conservadores y ultraconservadores tras las elecciones legislativas de marzo, en las que el Consejo de los Guardianes vetó a numerosos candidatos reformistas.
También subrayó que tratará de “unir a las diferentes ramas gubernamentales» para lograr el progreso del país y pidió a los iraníes que “no le dejen solo”.
El presidente iraní tiene capacidad de decisión en cuestiones nacionales y en menor medida en política exterior y de seguridad en Irán, donde el líder supremo, Ali Jameneí, ejerce de jefe de Estado con vastos poderes.
Cierto escepticismo ante el presidente electo
En las elecciones estaban llamados a las urnas 61 millones de iraníes y votó un 49,8 % del electorado, lo que supone una mejora respecto al 39,9 % de la primera vuelta.
Ese 39,9 % supuso el récord de abstención en la historia de la República Islámica de Irán, que siempre ha dado mucha importancia a la participación como prueba del apoyo popular y de su legitimidad.
“No me interesa la política, importa quién gobierna en este país”, dijo a EFE una joven estudiante de piano, que no votó y no cree que vaya a mejorar la situación con el nuevo presidente.
La joven no llevaba el cabello cubierto con velo, algo que sí hacía Sara, una mujer de 49 años que en el día de las elecciones dijo que votaría por el médico, pero por miedo.
“Hemos votado porque no había otra. Hay que evitar que alguien como Jalili llegue a la Presidencia. Por eso votamos a Pezeshkian”, dijo la mujer, acompañada de una amiga que asentía a todo lo que decía.
“Tampoco espero que Pezeshkian haga un milagro”, añadió.