Roma, 7 ago (EFE).- Plácido Domingo regresó hoy a las Termas de Caracalla de Roma para convertirlas en un templo de la zarzuela española, recreando pasionales historias de amor y honor que le granjearon la ovación de un público entregado.
Las ruinas de este impresionante yacimiento arqueológico, donde la Ópera de Roma celebra su temporada de verano al aire libre, acogió su «Noche española», un concierto con el que el cantante madrileño quiso mostrar la vitalidad del género chico.
Era una noche esperada para Domingo, sobre todo porque la última vez que cantó en Caracalla fue en 1990, en aquel mítico concierto que ofreció junto a Josep Carreras y Luciano Pavarotti por la final del Mundial de Fútbol de 1990. Fue el inicio de «Los tres tenores».
Y el público, que abarrotó la platea, atendió con sorpresa a esas historias de amor ambientas en una España pretérita, de duelos por amor, grácil, a veces chulesca, castiza y, claro, convulsa.
El recital, dirigido por la batuta del alicantino Jordi Bernàcer, comenzó a ritmo de castañuela, con la interpretación de «La boda de Luis Alfonso» por parte de la compañía de baile Antonio Gades, que brilló en esta apacible noche de verano.
Acto seguido Plácido Domingo hizo acto de presencia, entre los aplausos de los asistentes. Un «Quiero desterrar de tu pecho el temor» anunció la llegada de la célebre romanza «La del soto del Parral», del duo Reveriano Soutullo y Juan Vert.
El tenor no estuvo solo, sino que la soprano puertorriqueña Ana María Martínez se encargó de tomar el relevo con uno de los clásicos más populares, «La del manojo de rosas», que consagró al maestro Pablo Sorozábal.
Y después llegó el tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz, para interpretar la jota «Te quiero morena», extraída de la zarzuela del maestro José Serrano, «El trust de los tenorios».
Fue la presentación de una noche en la que no faltó Manuel de Falla y su «sombrero de tres picos», con los bailarines de Antonio Gades, ni tampoco las «Goyescas» que Enrique Granados.
O «Luisa Fernanda» de Federico Moreno Torroba, un triángulo amoroso por el amor de la protagonista encuadrado en aquella España decadente y decimonónica que Domingo rememoró fusil en mano.
Entretanto las ruinas de las Termas, a sus espaldas, fueron de todo: se convirtieron, mediante proyecciones, en cálidas tabernas, paisajes marítimos, auténticas fortificaciones medievales o extensos campos de cereal con árboles centenarios tan típicos de Castilla.
El público rompió en «bravos» y algún que otro «olé» en varias ocasiones pero la auténtica ovación, de varios minutos, no se produjo hasta el bis de Plácido Domingo, Ana María Martínez y Arturo Chacón-Cruz, que pudieron constatar el calor de un público curioso por este género.
El tenor llevó de este modo un pedazo de la cultura de su ciudad a uno de los vestigios de la Roma imperial, pues considera la zarzuela algo propio desde su juventud, cuando seguía la compañía de sus padres, la soprano Pepita Embil y el barítono Plácido Domingo Ferrer, que dedicaron su vida a esta música.
Días atrás, cuando ultimaba este concierto en Roma, relató a Efe el amor que profesaba por este folclore: «Fue la música que escuché antes de nacer porque mi madre estaba cantando en esos días, y los bebés cuando están dentro de la mamá escuchan», recordó.
Y en esta noche, aliviada por una agradable brisa, el cantante, de 78 años, logró lo que se había propuesto: mostrar la riqueza de la música tradicional española.
De este modo ha culminado un verano en el que ha recogido un enorme éxito por parte del exigente público italiano con una serie de conciertos en la Arena de Verona (norte) con los que celebró el cincuenta aniversario de su debut con «Turandot» en el verano 1969.
Gonzalo Sánchez