Almagro (España), 8 jul (EFE).- «Llevo el teatro con la misma alegría que en los labios una canción», dice Miguel Molina en la frase que abre la exposición que el Festival de Teatro Clásico de Almagro dedica al español, un recorrido por su vida, unida indisolublemente a la copla, que apadrina Miguel Poveda.
Organizada por el Museo Nacional del Teatro español y la Fundación Miguel de Molina, es una exposición que se vio por primera vez en 2009 y que ahora ha ampliado padrinos -Poveda y Martirio- y documentos, fotos, escritos, afiches, carteles, documentales, trajes, botines y blusas.
En la inauguración de la muestra, de la que son comisarios Beatriz Patiño y el sobrino de Molina y presidente de la fundación, Alejandro Salade, la vicepresidenta del Gobierno español, Carmen Calvo, subrayó que recupera «la memoria enterrada» de quienes sufrieron la Guerra Civil en el bando republicano y expresa a través de la copla el dolor y las emociones de aquellos «tiempos difíciles».
Nacido en Málaga (Andalucía, España) en 1908, Miguel de Molina se tuvo que exiliar en 1942, después de pasar por las cárceles de Cáceres y Buñol por «maricón y rojo», a Buenos Aires de donde fue expulsado ante una petición del gobierno español.
Se marchó a México pero la intercesión de Eva Perón consiguió que volviera a Argentina, donde se convirtió de nuevo en estrella. En Buenos Aires murió el 4 de marzo de 1993 y fue enterrado en el Panteón de Actores de la Chacarita después de 50 años de destierro.
Molina quiso dedicarse al espectáculo desde los 13 años y empezó como bailarín antes de dedicarse a cantar y hacer suyas piezas como «Ojos verdes» o «La bien pagá», pero Molina fue, sobre todo, un creador, que ponía su imaginación desbordante en todos los detalles, desde el vestuario a la cartelería.
Con su característico peinado de caracoles en las sienes, su sombrero echado hacia atrás y su sempiterno cigarrillo entre los dedos, Molina creó un universo performativo propio en el que las grandes mangas afaroladas y los botines con dibujos geométricos «muy picassianos» tenían un papel fundamental.
La exposición reúne 23 pares de botines, varios trajes completos y 16 blusas de mangas afaroladas que son todas y cada una un prodigio de alta costura y conservación, como una rosa con plisado fortuny u otra en organza en la que se pueden leer dedicatorias de artistas de la época y amigos.
Revistas y carteles de películas como «Luna de sangre», «Esta es mi vida», «Manolo Reyes» o «Chuflillas» o del espectáculo de «El amor brujo» que representó en la temporada 1933-1934 en el Liceo, pueblan paredes y vitrinas.
También se pueden contemplar fotos dedicadas por Raquel Meller, Celia Gámez, Carmen Amaya, María Félix, Maurice Chevalier, Libertad Lamarque, Luis Mariano, Imperio Argentina, Antonio, Pastora Imperio, Estrellita Castro o Manolete.
Dibujos de Lorca, Falla, Jacinto Benavente y Alberti, de quien la muestra recupera un grabado dedicado por él a la «gracia y arte de España», y retratos «de las más grandes» de la época se exhiben también en la muestra sobre esta estrella de la República que fue perseguida tras la Guerra Civil.
En un «calabozo», en el que también cuelgan algunas de sus camisas de actuar, un botín y algunas de sus maletas, se puede oír el relato del artista contando cómo una noche de 1939 le fueron a buscar al teatro Pavón, donde actuaba, y acabaron llevándole a los altos del Paseo de la Castellana de Madrid para darle una paliza tan tremenda que pensaron que le habían matado.