«Ya compraron un avión de lujo. No lo tiene ni Obama».
Andrés Manuel López Obrador
Una de las posiciones de campaña más rentables para el candidato Andrés Manuel López Obrador en 2018 fue su crítica a la compra del avión presidencial. La información que difundía era falsa. El Boeing 787 Dreamliner que adquirió Felipe Calderón en 2012, y que utilizó Enrique Peña Nieto a partir de 2016, no era ni mejor ni más grande ni más lujoso que los dos aviones presidenciales de Barack Obama, aunque sí más nuevo y más ahorrador de combustible. Sin embargo, para la enorme mayoría de los mexicanos, que nunca ha viajado en avión, el que el Presidente tuviera uno para su uso constante se antojaba como el mayor lujo.
Cuando Calderón adquirió el avión lo hizo por recomendación del Estado Mayor Presidencial, ya que el anterior Boeing 757, construido en 1985 y estrenado en 1988, estaba por cumplir 30 años. Calderón sabía que no lo estrenaría él sino su sucesor. Antes de recibir la aeronave, sin embargo, Peña Nieto mandó hacer un estudio sobre si era mejor recibirlo y usarlo o devolverlo. El resultado fue que sería más costoso regresarlo.
Los costos no le importaron mucho a López Obrador una vez que asumió la Presidencia. Él cumplió con su promesa de no usar el avión, pero lo mandó resguardar a un hangar de California, en espera de un comprador que no ha llegado, a un costo de 16 millones de pesos al año, contra los 17 millones anuales que costaba mantenerlo en operación. Supuestamente se lo ofreció a Donald Trump, quien ni siquiera se interesó en un avión más pequeño y sin el equipo de seguridad y comunicaciones que tienen sus dos Boeing 747 Jumbo.
López Obrador ha cumplido su promesa de no subirse al avión presidencial. Hacerlo significaría traicionar su imagen e incurrir en esos lujos que tanto ha criticado. Ha mandado otro avión de gran tamaño, un Boeing 737 de la Fuerza Aérea Mexicana, a recoger a Evo Morales a Bolivia y las cenizas de José José a Estados Unidos, pero él se ha negado a utilizar el TP-01, incluso en viajes a puntos distantes de la República Mexicana, lo que lo ha obligado a hacer traslados por tierra de hasta 20 horas, y ahora en su visita a Washington.
El rechazo del Presidente al uso del avión no tiene sentido práctico o económico. Tanto por razones de seguridad como por conveniencia y capacidad de comunicación, casi todos los países del mundo tienen aeronaves de uso exclusivo para sus gobernantes. Incluso el cubano Miguel Díez-Canel y el venezolano Nicolás Maduro cuentan con aviones.
Pero López Obrador tiene un gran olfato político. Entendió las ventajas electorales que le daría su posición sobre el avión, que ha convertido en ejemplo del lujo y corrupción de gobiernos anteriores, y entiende hoy el mensaje que manda al viajar en un vuelo comercial. De hecho, los medios de Estados Unidos, que rara vez prestan atención a la visita de un Presidente mexicano, hoy han dado una cobertura muy amplia al hecho de que López Obrador se ha trasladado en vuelo comercial.
El Presidente, por otra parte, no parece tener problemas de tiempo; puede darse el lujo de dedicar de dos a tres horas diarias a sus conferencias de prensa. Le interesa más mandar un mensaje político que ahorrar tiempo o dinero. Y el mensaje de que él es un hombre humilde, que no viaja en un avión presidencial, aunque pudiera hacerlo, porque está disponible y de todas formas se está pagando, es el que prefiere difundir en su primer viaje internacional.
DESPOTRICAR
El presidente López Obrador despotricó ayer, como en tantas otras mañaneras, contra el INE, el Reforma y las empresas de energía limpia, pero no contra Trump, a pesar de que éste divulgó un día antes, casi como un reto, fotos del muro fronterizo. «El presidente Trump ha actuado con respeto a nosotros, a nuestra soberanía», dijo López Obrador.