Mérida (México), 14 jun (EFE).- El Palacio de los Mascarones y otros edificios que se mantienen de pie en la zona ecoarqueológica de Kulubá, en el suroriental estado mexicano de Yucatán, volverán a tener el esplendor de antaño, cuando los antiguos mayas veneraban el cosmos, el agua, la fertilidad y el medioambiente.
«Tenemos un plan para recuperar también la arquitectura del Palacio de los Chenes, el Palacio de las U y otros edificios mayas de ese lugar», revela a Efe Alfredo Barrera Rubio, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La zona ecoarqueológica de Kulubá, que aún permanece escondida en la selva baja y un rancho ganadero de Tizimín que desde el año pasado adquirió el INAH, fue descubierta en 1939 por el investigador estadounidense Wyllys Andrews.
Cuenta con tres núcleos principales, distribuidos entre cenotes y rejolladas, que son «depresiones donde los mayas cultivaron cacao, en cuyo lecho hay pozos prehispánicos», explica el investigador.
En el lugar, el visitante puede observar la reconstrucción de un fragmento del friso sur del Palacio de los Mascarones, protegido por una estructura de madera y paja, edificios con formas piramidales, basamentos habitacionales y construcciones menores asociadas.
Para los mayas, las rejolladas también eran consideradas portales al inframundo, como se puede observar en algunos edificios de Kulubá, cuya arquitectura, escultura y patrón de asentamiento reflejan la relación de los antiguos habitantes con el cosmos y la naturaleza.
Aunque el sitio, que se extiende por nueve kilómetros cuadrados, aún no está totalmente abierto al público, el visitante tiene acceso para observar y entrar al Palacio de los Mascarones, cuyos rasgos arquitectónicos son visibles en cada parte de la estructura, que estaba situada en medio del rancho ganadero.
Cada edificio muestra elementos de la cosmovisión, ideología y religión que compartían los antiguos habitantes con Ek Balam, otra zona arqueológica ubicada también en la parte oriente de Yucatán.
Esos elementos compartidos se reflejan en el simbolismo de la decoración arquitectónica de varios edificios, «en los que se representan portadas del Monstruo de la Tierra o del inframundo».
Barrera, del Centro INAH Yucatán, explica que por la cerámica, obsidiana y técnica pictóricas Kulubá fue también enclave de los itzáez, o mayas de Chichén Itzá, aunque en el Clásico Tardío (600 a 800 d.C.) tuvo mucha interacción con Ek Balam.
Algunos de los edificios que se encuentran en Kulubá son del tipo galería, característicos de Chichén Itzá y otros sitios del noreste de Yucatán construidos durante el Clásico Terminal (790 a 889 d.C.) y que se identificaron como indicadores de los cambios realizados durante la transición del Clásico Tardío al Terminal.
Kulubá tuvo una relación importante con Ek Balam y Chichén Itzá, ya que se formaba parte de su red de comercio y control territorial.
Los trabajos de rescate de Kulubá, que de abrirse al público este año sería la zona número 18 de Yucatán, comenzaron en 1980, aunque el primer reporte arqueológico lo realizó Andrews en 1941.
«Kulubá es uno de los pocos sitios de la región noreste de Yucatán que todavía tienen arquitectura en pie. Lo exploramos en las temporadas 2000, 2001, 2002 y 2003 y realizamos trabajos de mantenimiento mayor, en que por primera vez accedimos a mucha información del sitio», dice Barrera.
El investigador reconoce que aún no hay fecha definida para abrir el sitio, y que «todo dependerá de instancias como la Dirección de Operación de Sitios (del INAH) y la Secretaría de Hacienda, que es la que cobra las cuotas»
«Esto es un proceso lento; lo mismo sucedió con Chichén Itzá», advierte.
Aunque la administración estatal pasada presumió que el sitio se abriría al público este 2019, no destinó recursos para el rescate integral.
Para llegar al lugar, ubicado a 212 kilómetros de Mérida, la capital yucateca, el visitante tiene que atravesar algunos caminos de terracería en mal estado, aunque vale la pena, ya que podrá conocer las portadas del inframundo y algunos murales y piezas de piedra tallada por los mayas prehispánicos.