Madrid, 13 mar (EFE).- El juego de pelota fue uno de los rasgos más icónicos de la civilización mesoamericana y su origen se ha situado en las tierras bajas de aquella región, pero el hallazgo de una cancha de hace 3400 años en las montañas de Oaxaca (México) hace replantearse lo que se sabía de su origen.
Un estudio de la Universidad George Washington (EE.UU), que publica este viernes Science Advances, sitúa 800 años antes de lo que se creía la existencia del primer campo de juego conocido en las tierras altas.
El estudio pone así en tela de juicio lo que se creía saber sobre el origen y evolución de aquel deporte, que tenía importancia ritual y política en toda Mesoamérica, una región cultural precolombina que abarcaba Guatemala, Belice, la mayor parte de México y zonas de Honduras y El Salvador.
El juego de pelota es uno de los rasgos más duraderos e icónicos de la antigua civilización mesoamericana, en la que se simbolizaba la regeneración de la vida y el mantenimiento del orden cósmico, pero su origen y evolución sigue siendo poco conocido.
Hasta aquí, las tierras bajas se habían considerado la cuna del juego de pelota, entre otras razones porque los análisis químicos de algunas bolas aztecas muestran que el caucho se sacaba de un árbol, la Castilla elástica, asociado a las llanuras del sur de Mesoamérica.
El terreno más antiguo conocido (1650 a.C.) está en el Paso de Amada en las tierras bajas costeras del sur de Chiapas (México), mientras que en la altas los encontrados hasta ahora databan de un siglo más tarde, lo que sugería «una menor participación» de las civilizaciones de esa zona en la evolución del juego, indica el estudio.
Sin embargo, Jeffrey Blomster y Víctor Chávez, firmantes del texto, descubrieron en el sitio arqueológico de Etlalongo (Oxaca) dos pistas de juego, la más antigua de 1374 aC, lo que anticipa en unos 800 años la aparición de estos lugares en las tierras altas de Mesoamérica.
Las nuevas evidencias y otras ya conocidas, como las imágenes de jugadores, sugieren que los habitantes de las tierras altas «desempeñaron un papel importante» en los orígenes de un juego que se convertiría en «un componente crucial» de los estados subsiguientes durante dos mil años, por lo que los investigadores consideran necesaria una revisión de los paradigmas anteriores.
Dado que casi un milenio separa los sitios de Paso de la Amada y Etlatongo de otros terrenos de juego en sus respectivas regiones, los expertos creen que investigaciones futuras podrían proporcionar un contexto al descubrir nuevos campos de juego en ambas zonas.