En la medida de que la realidad se le complica al presidente Andrés Manuel López Obrador, más se está encerrando. Sus decisiones se están volviendo más unilaterales y radicales, pero no aquellas conocidas que inciden o afectan a quienes están en la oposición o a sus “adversarios” que dice quieren descarrilar su proyecto cuatroteísta, sino contra aquellos que antes consideraba leales y hoy empieza a ver como traidores, contra quienes no veía errores y observaba inmaculados, y ahora señala sus impurezas.
La evolución en el pensamiento táctico del Presidente es algo que no se había visto en él durante sus décadas de vida pública, pero refleja una creciente desconfianza con quienes no existía, provocando hasta cierto desprecio, como está sucediendo con su delfín, Claudia Sheinbaum, o enfureciéndolo al grado de ordenar analizar de qué forma pueden destituirlo de su cargo al vicegobernador del Banco de México, Gerardo Esquivel. Este nuevo encauzamiento está permeando el cuarto año de Gobierno que, en términos económicos, de seguridad y relación con Estados Unidos, se deteriorará más.
El recorrido de López Obrador desde que llegó a la Presidencia traza muchas analogías, por cuanto a aislamiento, desconfianza y represalias contra quienes fueron sus leales, con Maximilien Robespierre, el líder revolucionario francés cuyo nombre está asociado con la palabra terror, que ejerció hasta sus máximas consecuencias. Abogado de profesión y austero por convicción, llamado “el incorruptible”, participó en la convención convocada por Luis XVI para encontrar solución a la quiebra del país. Fuertemente influenciado por los escritos de Rousseau, sobresalió por la defensa de ideas liberales y democráticas, lo cual desapareció cuando llegó al poder.
Robespierre pertenecía al grupo radical de los jacobinos, que representaban a las masas -los sans-culottes-, y que en las etapas finales de la convención se enfrentaron al ala moderada, quitándoles el poder en el proceso de transición de la convención a la Asamblea Nacional. Instaurados los jacobinos en el poder, crearon el Comité de Salud Pública, que maniobró Robespierre para quedarse al frente como el jefe supremo.
Desde ahí, con la guillotina como su brazo político represor, mientras construía una dictadura, pintó con la sangre de sus adversarios la vida pública francesa, persiguiendo a todos los que decía querrán impedir la Revolución, extendiendo la violencia contra sus viejos aliados, como George Danton, el motor detrás de la caída del Viejo Régimen, y Camille Desmoulins, un periodista que convocó a una protesta contra la monarquía en el Palacio Real de París, donde lanzó las arengas que terminaron con la toma de La Bastilla que empezó la Revolución Francesa.
López Obrador no tiene la guillotina de Robespierre, pero tiene en el SAT, la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General, su equivalente. No mata físicamente, pero aniquila públicamente. Esto tampoco es nuevo, pero lo distinto es que cada vez más intolerante con sus viejos aliados. El caso más notorio, porque ya hay una instrucción al respecto, es el de Esquivel, un reconocido economista de izquierda que contribuyó al programa económico de López Obrador, a quien envió como subgobernador al Banco de México. Esquivel ha sido la voz discordante en la escala de la elevación de las tasas de interés, argumentando que la inflación es mayoritariamente importada. Pero ser una voz crítica dentro del banco central, no es suficiente para López Obrador.
La semana pasada Esquivel comentó que la inflación alcanzaría un máximo durante el segundo trimestre de este año, y que en el primer trimestre de 2024, estaría en el máximo objetivo del Banco de México, 3%. Los economistas consideran a Esquivel como un funcionario razonable y sensato, aunque hay quienes lo critican porque piensan que raya en el optimismo. Pero el Presidente, cuando le informaron lo que acaba de decir Esquivel, explotó y llamó a su coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas, para que explorara si existía una forma para revocar el nombramiento de Esquivel, a quien criticó de querer mantener una imparcialidad que, por consiguiente, es oposición a su Gobierno.
López Obrador considera que esa es una deslealtad, presunta actitud en la que ha metido también a otros colaboradores que iniciaron el Gobierno con él en puestos de jerarquía, y que considera lo han traicionado al no promover la visión cuatroteísta. Antes de Esquivel, el caso más reciente es el de Susana Harp, al impugnar a Salomón Jara como candidato al Gobierno de Oaxaca, ante lo que instruyó a sus colaboradores cabildear en el Tribunal Electoral la ratificación de la y desestimar la queja de Harp. No se sabe quién vendrá próximamente. Sheinbaum no, aunque el deterioro en la relación presidencial ya se siente.
No hay indicación aún de que el Presidente haya cambiado su decisión para ungirla candidata a la Presidencia, pero los colaboradores de López Obrador lo ven cada vez más insatisfecho con Sheinbaum. Recientemente, cuando se quejó que el acuerdo con el senador Ricardo Monreal para que liberaran a la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, había resultado contraproducente porque se había vuelto a victimizar, López Obrador la paró, y le dijo que no eran conveniente seguir en ese escándalo previo a la consulta de revocación de mandato. El Presidente ha empezado a ridiculizar sus acciones, sobre todo la campaña para desacreditar a Monreal.
Lo que está pasando en Palacio Nacional muestra a un Presidente cada vez más encerrado en un pequeño grupo de leales y puros. Hace unos días llevó a los secretarios de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, y de Gobernación, Adán Augusto López, para pedirles un plan que contuviera la inflación. Ramírez de la O le dijo que no entendía por qué había incorporado a López. El Presidente le respondió que cualquier plan tendría que ser político y que debería incorporar a empresarios y productores, para lo cual sólo López, y nadie más, podría forjarlo en nombre de él. Ramírez de la O, muy cercano a él por lustros, también fue desplazado. El Presidente, como Robespierre, cada vez más, se queda más solo.