La literatura, y la cultura en general, están tan inmersas en los mundos de las nuevas tecnologías que parece que estamos ya en lo que podemos llamar un punto sin retorno. No es un asunto de cantidad (mucho menos de calidad), sino que por la necesidad de hacer más accesibles los contenidos existe una tendencia en las nuevas generaciones que están colocando a, en este caso, la literatura en sitios, por lo menos, más amables, sin pretensiones y en modelos más atractivos para ellos. En esta revolución, la tecnología ha sido fundamental.
Por un lado la capacidad de adquirir un sinnúmero de libros a buenos precios y almacenarlos en casi cualquier dispositivo electrónico son ya hábitos cada vez más comunes entre los jóvenes; hacer obra en estos mismos formatos hace que la oferta y la demanda encuentren un equilibrio inusitado; crean y consumen con la misma facilidad. Incluso, las nuevas generaciones no sólo se han desecho, figurativamente, de las imponentes bibliotecas y las impenetrables editoriales en este camino de bajar del pedestal y desmitificar las dificultades de la literatura y sus mundos; también han hecho a un lado a los críticos literarios, hoy otros lectores, como ellos, son quienes les dan el norte sobre qué vale la pena leer, y qué no, desde los canales de youtube; estos «booktubers» adolescentes tienen audiencias que ya las quisiera Harold Bloom.
Por todo lo anterior no extraña que la literatura juvenil es la que menos sufre en momentos de crisis, y tampoco extraña que sus autores estén proliferando por encima de todos los demás. Hay un nicho bien definido que ha creado sus propias reglas y parecen estar, todos los involucrados, satisfechos con los resultados. Claro, que estas nuevas formas de entrar al mundo de la literatura no garantizan nada, al menos en lo cualitativo, lo interesante es que tampoco lo están buscando. Los actores están, en general, consientes que su posición es otra a los habitantes del canon; muchos de ellos hablan incluso de limitaciones, de falta de conocimientos, trayectoria, etc. Esta idea de lo desechable es atractiva también, y todos ellos están dispuestos a entrar en el juego.
Pero estas tendencias no son sólo exclusivas del mundo de la literatura juvenil; las grandes universidades nacionales o instituciones como el CIDE y el COLMEX se están acercando a la creación, edición y distribución digitales; los concursos literarios se hacen globales y las promesas de publicar ganadores en formato electrónico son cada vez más frecuentes. Es cada vez más común escuchar a defensores férreos de la tinta y el papel que la coexistencia entre formatos es inevitable; y a los más audaces, que la transición definitiva a lo electrónico llegará antes que después. ¿Pasará lo mismo con las otras partes del mundillo literario? ¿Acabarán bajando del pedestal críticos, editoriales y librerías convencionales? Los nuevos lectores, escritores, críticos y distribuidores que se están gestando en los nichos tecnológicos parecen quererlo así.