Nací en una pequeña ciudad que es atravesada por rieles de acero, que descansan sobre añejos durmientes de madera mojados con aceite quemado, y donde el silbato del ferrocarril sigue sonando sin importar la hora del día.
Fui parido en una tierra que es cuna de toreros y poetas. Un pequeño lugar donde nos gusta presumir nuestros atardeceres y las seductoras lunas de octubre.
Soy de un pequeño trozo de México donde gozamos de parras con uvas y huertos repletos de guayabas. Un llano de jacarandas y centenarios mezquites cobijado por un cielo limpio de nubes, donde su gente se baña en aguas termales.
El barrio donde nací ya no existe. “El Campamento” desapareció a finales del siglo anterior. El hospital donde me expulsaron del vientre materno ya no funciona, ahora son oficinas con vista a La Alameda. Los de sangre rielera somos una especie en peligro de extinción.
Soy del pueblo donde hablamos “cantadito”, donde sabemos que la “Pelea de Gallos” la perdió el giro y la ganó el colorado, donde damos de comer a las ardillas del Jardín de San Marcos. Donde las mujeres se disfrazan de su paisana “La Catrina” y los hombres de las calaveras revolucionarias de Guadalupe Posada.
Nací en enero, fui concebido en plena Feria Nacional de San Marcos, en esas noches de tequila y confeti, de bailes al son de la tambora y donde los que hablamos “cantadito” sabemos la letra de “La Cabrona”.
Aquí, el 15 de agosto y el 25 de abril son días de fiesta. El primero es para comer granadas y saborear tunas frescas, tarde de lluvia y noche de Romería. El segundo es rehilete multicolor, soleados paseos primaverales en familia y luna salpicada con pirotecnia. Celebramos a la Virgen de la Asunción y a San Marcos, respectivamente.
Soy de la tierra donde gracias al beso de una mujer se logró la independencia como Estado. Un pueblo donde hay un castillo sin dragón que fue construido por un arquitecto sin título, donde hay dos palacios sin reinas ni reyes.
Aquí somos Rieleros, Panteras y Gallos.
Nos gusta decir que somos el ombligo de México.
Presumimos que nuestro Juan Chávez de bandolero pasó a ser gobernador, no como ahora que es requisito ser delincuente para estar en el poder.
Sabemos que “reborujado” es confuso, que “planchar” es estar con la novia, que todas las quesadillas llevan queso, que los granos de los elotes son “chascas”, que “bien mucho” es algo muy grande, que aquel que “chupó faros” es porque ya se murió, que ir “hecho la mocha” es porque vas muy rápido, que “¿a poco?” es poner en duda algo, que un “¿te agüitas?” es preguntar si estás triste y que “sabe” se usa para decir no sé.
Aquí, cuando alguien dice “¡aguas!” no siempre es una advertencia, sino que puede ser la abreviatura del nombre de nuestra ciudad y Estado. No somos hidrocálidos, somos “¡aguascalentensesnnn!”
Somos gente que caminamos de la Calle del Terror a la Calle de las Tunas Peladas, que bebe café de olla y atole de maíz.
Somos el “¡olé!” en la plaza de toros, el último jarro de pulque y el silbatazo del tren.