Las imágenes de la cara de Julio Scherer en el momento en que el presidente Andrés Manuel López Obrador confirmó su renuncia a la Consejería Jurídica de la Presidencia durante la mañanera, mostraron al siempre energético ex-funcionario totalmente abatido. Debió haber sido muy difícil mantener su decisión de irse, porque el Presidente no quería que renunciara, y durante todo el miércoles se dio un tour de force entre dos personalidades duras y complejas. La conclusión fue muy cruel, cuando se observan las cosas y no sólo se ven. Si Scherer sintió que tras su plática del martes la relación había quedado en muy buenos términos y sería un asesor externo del Presidente, ayer debió haberse dado cuenta que la realidad sería muy diferente.
López Obrador lo despidió de Palacio Nacional como si fuera el mejor colaborador que hubiera tenido en el sexenio, invitándolo a la mañanera, donde dijo que era “como su hermano”. Quizás, como Abel. El Presidente le fui quitando rápidamente atribuciones y dejó de escucharlo en los últimos días. Scherer le ganó la batalla política a Olga Sánchez Cordero, quien fue destituida como secretaria de Gobernación, pero el consejero jurídico no pudo convencer al Presidente para que nombrara a quien él proponía. López Obrador se volteó para otro lado y lo ignoró.
Jesús Ramírez Cuevas, el vocero presidencial y uno de los operadores políticos de López Obrador, le sugirió mantener la estrategia diseñada para la segunda parte del sexenio y rodearse sólo de incondicionales. Adán Augusto López, amigo de su juventud, cuyo padre acogió en su casa a López Obrador, sería el nuevo secretario de Gobernación. Político con experiencia y derecho de picaporte en el despacho presidencial, Scherer leyó bien el mensaje de que su papel como secretario de Gobernación de facto, como lo fue sobre Sánchez Cordero, había concluido.
La relación con el Presidente se había venido desgastando, como se ha comentado en este espacio, y el conflicto con Sánchez Cordero lo escaló. Hubo fuertes discusiones en Palacio Nacional donde ella se quejó del consejero jurídico, haciendo eco de señalamientos entre políticos y empresarios sobre presuntos abusos de Scherer, que parecían no haber tenido eco en el Presidente. Sánchez Cordero se fue de Gobernación, humillada por Scherer, pero dejó en Palacio un expediente que reforzaba sus dichos. La senadora, a cuya cámara la regresó el Presidente, todavía le colocó un clavo adicional al ex-consejero, al ser ella quien primero comenzó a filtrar el martes que Scherer había presentado su renuncia.
El Presidente no le aceptó la renuncia de inmediato a su consejero, pero la filtración hizo que se saliera de las manos de todos en Palacio Nacional el manejo discreto de lo que había sucedido, en buena parte porque López Obrador quería que se quedara su consejero, aunque totalmente descabezado políticamente, y lo trataría de convencer. Scherer comenzó a confirmar que en efecto había renunciado ese mismo martes, y desde Palacio Nacional trataron de minimizar lo que estaba tomando vuelo como escándalo, buscando que en la prensa prendiera la especie de que el Presidente quería nominarlo a la Suprema Corte de Justicia, donde la silla del ministro Fernando Franco quedará vacante en unos meses.
La decisión de Scherer de renunciar tiene el componente familiar y el político. Se quiso adelantar al Presidente con su carta, pero fue López Obrador quien en la mañanera del martes, al describir las funciones que tendría el nuevo secretario de Gobernación, lo despojó públicamente de toda la operación política, enviando un mensaje claro a todos los que interactuaban con él, quién era con el que tendrían desde ese momento que establecer comunicación y relación. La negociación que vino después, donde el Presidente no logró que se quedara para hacer únicamente lo que hace un consejero jurídico, debió haber provocado frustración. Personas muy cercanas al Presidente estaban seguros todavía el miércoles por la noche, que Scherer se quedaría en Palacio Nacional.
No fue así, y la molestia, semióticamente disfrazada, fue políticamente contundente. En la mañanera del jueves, el Presidente llevó a Scherer a mostrarse ante todos con esa cara desencajada y agotada. A nadie que hubiera despedido, lo llevó a ese escenario desde donde gobierna, pero no fue un reconocimiento, sino una exhibición de poder y humillación. El Presidente lo colmó primero de elogios, y hasta dijo que era “como mi hermano”, para luego maltratarlo en su despedida. “Ha decidido dejar el cargo y el encargo”, dijo el Presidente de Scherer, señalando que se iba de su trabajo, pero no sería su asesor externo, “porque va a reincorporarse a sus actividades como abogado”.
Esta última precisión prendió inmediatamente las alertas. ¿Regresará a su despacho de abogado quien es el autor de la ley lópezobradorista que inhabilita por 10 años a cualquier funcionario en todo aquello que signifique un conflicto de interés? Las tareas de Scherer en la Presidencia tenían que ver con asuntos legales, políticos y económicos; es decir, con todo lo relevante en la vida política y económica. ¿Fue una advertencia codificada al Gobierno y empresarios por parte de López Obrador para cerrar cualquier posibilidad de relación profesional y comercial con Scherer?
Su salida, que se vio cálida, fue más de ruptura, contrario a lo que pensaba Scherer, pese a que las palabras del Presidente fueron rociadas con bálsamo. Cuando renunció Alfonso Romo a la jefatura de Oficina de la Presidencia en diciembre, López Obrador difundió una fotografía desayunando con él y dijo que seguiría siendo su principal enlace con el sector privado. “Poncho está más en mi visión de que lo importante no es el cargo, sino el encargo”, dijo entonces López Obrador. “Él me ha ayudado y me seguirá ayudando”. Romo le es funcional. Scherer dejó de serlo por decisión presidencial, y el trato que recibió fue el de una persona desterrada del Olimpo del poder, uno que acumuló como muy pocos en el pasado, y que perdió, literalmente, de la noche a la mañana.