San Francisco, 30 ene (EFE News).- Conocer la ubicación a tiempo real de las ballenas en el mar, que podría resultar clave para protegerlas ante el tráfico de barcos y derrames de petróleo, ha dejado de ser un lejano deseo de los grupos conservacionistas para convertirse en una realidad gracias al uso de técnicas de inteligencia artificial.
Saber dónde se encuentra en cada momento un grupo de cetáceos permite dar órdenes a barcos pesqueros para que eviten esa zona -previniendo así colisiones y capturas accidentales-, centrar tareas de limpieza posteriores a una marea negra en las zonas de más necesidad o crear parajes protegidos en los espacios donde pasan más tiempo.
Pero, si ya resulta difícil rastrear a los animales en tierra, ¿cómo es posible hacerlo en la inmensidad de los océanos, con especies que viajan miles de kilómetros y que resultan tremendamente difíciles incluso de censar?
La respuesta puede encontrarse en la inteligencia artificial.
Un proyecto de colaboración entre la ONG Rainforest Connection (que ya se sirve de inteligencia artificial para luchar contra la deforestación en el Amazonas), el Departamento de Pesca y Océanos de Canadá y Google se ha propuesto «monitorizar» la población amenazada de orcas en el mar de Salish, que baña las costas de metrópolis como Seattle y Vancouver.
«La lógica es la misma que aplicamos en el caso del Amazonas. Usamos señales acústicas para localizar a las ballenas y transferimos esa información a las autoridades pertinentes para que puedan actuar en consecuencia», explicó a Efe el fundador de Rainforest Connection, Topher White.
Las señales acústicas son grabadas en el fondo del océano por unos dispositivos llamados hidrófonos que se encuentran sujetos por cables y disponen de infraestructura de red para enviar los audios a tiempo real a un servidor, desde el que son transmitidos a un sistema de inteligencia artificial.
Entre las infinitas horas y horas de audio, el modelo de inteligencia artificial está diseñado para detectar cantos de ballena, que dada la velocidad y la larga distancia a las que viaja el sonido bajo el agua, pueden captarse a hasta 50 kilómetros de distancia.
«Nuestro trabajo en este proyecto es enseñar a los sistemas de inteligencia artificial a detectar, de entre toda la variedad de sonidos captados en el océano, especies específicas como ballenas jorobadas u orcas», dijo a Efe la jefa de producto de Google AI Julie Cattiau.
En el caso de las orcas, que son tan difíciles de rastrear que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza considera que no dispone de datos suficientes para determinar su estado de conservación, los esfuerzos se centran por el momento en la población del mar de Salish, donde sí se ha podido registrar un descenso de cientos de ejemplares a sólo 73 en la actualidad.
El responsable de captar los sonidos mediante una docena de hidrófonos repartidos en zonas de aguas relativamente poco profundas es el Departamento de Pesca y Océanos de Canadá que, sólo para enseñar a los modelos de inteligencia artificial, ya proveyó a los programadores con 1.800 horas de audio submarino y 68.000 «etiquetas» que identificaban los distintos sonidos.
«Está claro que no vamos a poder cubrir el océano entero con estos dispositivos, pero sí se pueden elegir lugares específicos que sean importantes. Por ejemplo, las rutas de navegación están por lo general muy bien delimitadas, y son por supuesto un buen lugar por el que empezar», apuntó Matt Harvey, ingeniero de software en Google AI.
Por lo que respecta a las ballenas jorobadas, la otra especie para la que por el momento se ha enseñado a los modelos de inteligencia artificial, el seguimiento se concentra en el archipiélago de Hawái, y estas representan un reto adicional, puesto que los sonidos que emiten son cantos complejos, con gran variedad de vocalizaciones que incluso cambian con el paso del tiempo.
Así, quizá de forma inesperada para el gran público, la inteligencia artificial se ha alzado en una herramienta útil para dar respuesta en el siglo XXI al que durante décadas ha sido uno de los retos más publicitados del movimiento conservacionista: salvar a las ballenas.