Leí su expediente y me pareció que estaba leyendo una historia de terror. Le urgía ser rescatada del fango, ella no pidió nacer ahí, en ese ambiente y rodeada de esas personas, tan expuesta a esos peligros. Es una sobreviviente.
Ella, tan a corta edad y diagnosticada con “trastorno depresivo”.
El psiquiatra le recetó una pastilla antidepresiva que debe tomar todos los días por la noche. Me costó trabajo leer, sin poderme quitar de la mente su moreno rostro, el punto ese donde aparece la palabra “autoagresión”.
Hay un párrafo donde narra que, años atrás, su madre llora mientras la abraza y le acaricia el cabello. Ella tiene los ojos cerrados mientras recibe las caricias de su mamá.
Dejó de sentir las manos sobre su cabeza, fue por eso que abrió los ojos y vio a la mujer colgada con un mecate en el cuello…
Me imaginé la maldita escena.
En ese expediente hay una línea muy cruel, ella quiere a su mamá, pero al mismo tiempo no la quiere, la “odia” por haberse ido así…
Muchas veces he escuchado y leído que a veces la realidad supera la ficción, y esta es una de esas ocasiones en que las que los hechos se imponen a la imaginación. Busqué la fecha de los hechos, y en mi agenda, de ese año, marca que fue un fin de semana, esos días los pasé en el campo con la familia, disfrutando de elotes y los juegos al aire libre con los sobrinos, mientras que una niña, a la que conocería años después, vivía una tragedia.
Si los adultos no logramos comprender la maravilla de la vida, para un niño no es nada fácil entender el concepto de la muerte. Ella tardó en asimilar lo que pasó, fueron varios minutos los que en silencio estuvo de pie frente al cadáver de su madre. Dice que tocó su cuerpo, pero al hacerlo solamente la movió y su mamá, cómo un péndulo, se alejaba y se acercaba.
Salió de su humilde casa, en una banca de madera se sentó a llorar. No tenía a quién recurrir. Nunca conoció a su papá. Casi al anochecer una vecina de esa calle le preguntó por su mamá, la niña con la mano le indicó que estaba dentro. Cuando la mujer ingresó a la vivienda no vio nada, tuvo que encender la luz y fue cuando descubrió el cadáver.
Minutos después, la calle esa, de una colonia sin nombre en uno de los municipios más pobres de Aguascalientes, estaba iluminada por las torretas de patrullas y una ambulancia. El lugar se comenzó a llenar de curiosos, no había familiares que reclamaran el cuerpo. La niña fue resguardada por las autoridades.
Pasaron los días y el silencio la ensordeció. Esas preguntas sin respuesta la persiguen. Tardó en darse cuenta de que era huérfana, ni siquiera sabía que existía esa palabra. Fue rodeada por otras niñas con historias trágicas y supo que no era la única que cargaba con un pasado aterrador.
A veces despierta llorando, sueña que su mamá la acaricia y se despierta, sabe que después de los cariños viene la pesadilla…