CIUDAD DE MÉXICO (EL UNIVERSAL).- Por varios años, Alberto condujo un taxi «pirata« en la Ciudad de México. Vecinos de la colonia Lomas de la Estancia sabían que en ese auto con placas sobrepuestas, se transportaba lo mismo: celulares y productos de consumo, pero todo robado.
De tiempo en tiempo, Alberto también trabajaba como taxista. Si sus vecinos sabían que vendía mercancía robada y droga, es poco probable que los usuarios supieran que quien los llevaba era un hombre que había ingresado al reclusorio en al menos cinco ocasiones.
Alberto, quien fue asesinado en julio pasado, al parecer en venganza porque él mató a otro narcomenudista en Iztapalapa, ingresó por primera vez al Reclusorio Oriente en 2008, tras dos acusaciones de robo a casa habitación. Unos años después entró y salió de la cárcel, por diversos delitos.
Entre un ingreso y otro, manejó su taxi sin que la autoridad evitara que un criminal reincidente saliera a manejar un transporte público.
En la colonia nadie supo cómo consiguió un VW Vento, que cambió de color para colocarle rótulos de taxi.
Sus conocidos no saben si acudió a la Secretaría de Movilidad a dar de alta el vehículo, pero durante años circuló con un letrero que decía «placas en trámite».
Aunque estuviera inscrito, la dependencia no cuenta con un padrón de choferes con antecedentes penales.
En la colonia aprendió a vender celulares robados que conseguía en el mercado de Las Torres.
Años después siguió vendiendo objetos robados; ya en el taxi se dedicó a los abarrotes que vendía a bajo precio en negocios de la zona.
No le importaba robar y ser reconocido
A Alberto no le importa robar y ser reconocido, él sabía que nadie lo denunciaría. Para nadie era secreto que Alberto usaba el taxi para buscar víctimas.
Así, de viaje en viaje, el hombre encontró el nuevo rumbo de sus delitos y en el auto transportaba la droga que vendía en la misma colonia y para pasar las madrugadas en busca de alguna víctima.
Días antes de que lo mataran, condujo hasta el lugar donde intentó asesinar a un hombre. A pesar de que había testigos de la agresión, escondió el auto en una cochera y se mudó para que no lo encontraran.
La policía ya lo buscaba, pero quien lo encontró primero fue Víctor Manuel, de 42 años.
Al ser detenido, el homicida trató de convencer a los policías de que lo dejaran entrar al auto para sacar algo que estaba «guardado» -junto al cadáver de Alberto Ramírez Trujillo-. Era dinero, producto de diversos crímenes que terminó incautado.