Venecia (Italia), 2 sep (EFE).- Después del desfile de estrellas, hoy ha sido el turno del cine de autor en la séptima jornada de la 76ª Mostra de Venecia que ha acogido la brutal violencia del checo Vaclav Marhoul, el drama familiar de Atom Egoyan y el humor existencialista del sueco Roy Andersson.
Ninguno ha cubierto las expectativas, aunque de Marhoul puede decirse que no ha dejado indiferente con la brutalidad extrema que refleja «A painted bird», adaptación de la novela homónima de Jerzy Kosinski, durante cuya proyección decenas de periodistas abandonaron la sala.
La película cuenta el periplo de un niño judío alejado a la fuerza de sus padres durante la II Guerra Mundial y que es víctima o testigo de un sinfín de atrocidades, desde palizas a violaciones, suicidios, maltrato animal o torturas extremas.
Rodada en blanco y negro, en 35 milímetros, el impacto en el espectador es aún mayor debido al contraste entre la violencia que retrata y la belleza de las composiciones a lo largo de sus casi tres horas de duración.
Marhoul, que ha trabajado durante once años en este proyecto, se ha justificado diciendo que «la luz es solo visible en la oscuridad».
«La gente dirá que estoy loco, pero esta es una película sobre el amor, el bien y la humanidad», ha asegurado, «la violencia es sólo el marco de la pintura, la pintura es el niño, su lucha por respetarse a si mismo y, sobre todo, lo que echamos de menos, que es precisamente el amor y la humanidad».
En «Guest of honour» el canadiense de origen armenio Atom Egoyan, director de «El dulce porvenir» (1997) -gran premio del jurado en Cannes- o «Exótica» (1994), ha tratado de volver a sus orígenes con un drama padre-hija de estructura no lineal que ahonda en algunas de sus obsesiones sobre la culpa, la memoria y la verdad.
«Negar algo suele ser un mecanismo de defensa que hace difícil conocer la verdad. Esta película es un ensayo sobre eso», ha dicho, «se trata de entender los aspectos más oscuros y complejos del comportamiento humano, todo lo que leo y escucho tiene que ver con esos rincones oscuros».
La cinta cuenta la relación entre Jim, un inspector sanitario de restaurantes, y su hija Verónica, una joven profesora de música de instituto que, debido a un malentendido, es condenada por abuso de posición de autoridad sobre un alumno, el joven de 17 años Clive. Detrás de ese malentendido yacen secretos enterrados durante años.
Por último, el sueco Roy Andersson, que se llevó el León de Oro hace cinco años con «Una paloma sentada en una rama reflexionando sobre la existencia», tiene pocas posibilidades de repetir con «About endlessness».
En ella recurre a la narrativa y puesta en escena de sus anteriores trabajos y que constituye su sello personal: más que una historia es una sucesión de escenas cotidianas aderezadas con humor que invitan a reflexionar sobre la condición humana.
Andersson compone cada plano al detalle -cada película suele llevarle unos cuatro años, según ha contado- con la cámara fija y un ritmo ralentizado que acentúa la comicidad.
E introduce un toque de fantasía con una pareja abrazada flotando en el cielo, como si fuera un cuadro de Klimt, al comienzo y al final. Entre medias, la voz de una narradora propone un paseo onírico por el que se dejan ver un hombre con miedo al dentista, un ejército derrotado camino del campo de prisioneros, una mujer a la que nadie espera en la estación o un chico que nunca se ha enamorado.
El director busca mostrar la belleza pero también la crueldad y la vulnerabilidad humanas. «Todo animal en el planeta siente vulnerabilidad, el ser humano también y deberíamos estar agradecidos porque es un don», ha dicho Andersson.
Por Magdalena Tsanis