El tren se tardó varias horas en llegar a la estación de Puente de Piedra; cuando arribó no había tripulación en la locomotora ni pasajeros en los vagones. Las ruedas apenas circulaban por los rieles.
Aquéllos que lo esperaban, ya desesperados, escucharon a lo lejos el ruido de los durmientes de madera crujiendo ante las toneladas de acero, dirigieron su mirada hacia el túnel que atravesaba la montaña, de ahí salió la máquina arrastrando carros detrás de ella.
No sonó la campana ni tampoco el silbato anunciando su llegada.
Al ver que no se detenía, los pasajeros que tenían horas esperando su llegada se hicieron a un lado de las vías. El tren no aminoró ni aumentó la velocidad, solamente siguió su marcha.
Los que estaban en el andén observaron que los vagones no llevaban pasajeros, se veían maletas en los compartimentos, algunas prendas en los asientos, luz en el pasillo, algunas ventanas abiertas, pero ninguna persona viajaba en los carros.
Los perros, más inquietos que nunca, ladraban al tiempo que los pelos de sus lomos se crispaban. Los canes corrieron a los lados de los vagones sin dejar de ladrar. El tren siguió su camino y se perdió detrás de una curva cubierta de rocas y grandes árboles.
Minutos después, de allá, del rumbo por el que se fue la máquina y los vagones vacíos, salió una cuadrilla de rieleros a bordo de motores y armones, los trabajadores informaron a los pasajeros de la estación Puente de Piedra que el tren no llegaría, pues horas atrás se había descarrilado al entrar a un puente, la locomotora y los carros cayeron al fondo de un río.
Tenían el reporte de que no hubo sobrevivientes, su misión era rescatar los cuerpos.
Los pasajeros preguntaron si no se habían encontrado con el tren que ellos vieron, ése que los perros persiguieron ladrando, el que no se detuvo, el que no llevaba tripulación ni pasajeros. Los trabajadores dijeron que no.
Después de Puente de Piedra, la máquina sin tripulación y vagones sin pasajeros pasó por las estaciones de los pueblos de Corral de Borregos, Viudas del Barranco y Potrero de los Colgados, en ninguna se detuvo, en todas ellas el tren fue perseguido por los perros que en jauría ladraban.
Las personas que lo vieron coincidieron en que no había gente a bordo de esos carros.
Al día siguiente, apenas amaneció, vecinos de Puente de Piedra, Corral de Borregos, Viudas del Barranco y Potrero de los Colgados se unieron al rescate de los cadáveres que quedaron atrapados en el fondo del río dentro de los vagones, allá donde se descarriló el tren y cayó del puente.
Los cuerpos los fueron acomodando en tres hileras a la orilla del río, se fueron acumulando los cadáveres de hombres, mujeres, ancianos y niños. Poco a poco los fueron identificando, los acomodaron por pueblos y familias a las que pertenecían.
Acordaron y decidieron que todos serían sepultados en un campo cercano al puente donde fue el mortal percance. Se cavaron decenas de tumbas. Así que donde antes había surcos en los que sembraban maíz, quedaron los cadáveres de aquéllos que murieron en el descarrile del tren de pasajeros.
Después de esa fecha, cada año al atardecer, después de la misa que se realiza en el improvisado panteón, los perros ladran a la nada y corren al lado de las vías del ferrocarril.
La escena de las jaurías con los pelos de los lomos crispados se repite en las estaciones de Puente de Piedra, Corral de Borregos, Viudas del Barranco y Potrero de los Colgados.