Por la madrugada soñé tres veces el mismo sueño, en ellos aparecían las mismas personas, pero en cada una de las proyecciones los participantes teníamos diferentes papeles. Para el tercer sueño ya me había dado cuenta que estaba soñando y desperté antes de llegar al trágico desenlace de la breve historia.
Me sorprendí de lo irreal de las tres variables del sueño. Miré el reloj, faltaban pocos minutos para las cinco de la madrugada, bebí agua y escribí palabras clave en mi libreta para posteriormente tratar de entender esa historia.
Si no apunto lo que soné, es casi seguro que lo olvidaré.
Hace unos días escuché a una persona narrarme lo doloroso que ha sido para ella la muerte de su padre. Me dijo que sufrió depresión y estuvo con medicamento para poder dormir. Han pasado los meses y apenas duerme de cuatro a cinco horas al día, no descansa.
En silencio deseé que ella soñara con su papá, que encontrara un poco de alivio en su duelo. Que al dormir estuviera en contacto con el ser amado. Con aquella alma que está en otro espacio sin fronteras y sin tiempo.
Horas después, profundamente dormido, era yo quien soñaba con mi Gorda Madre. Sabía que era un sueño, pero me permití disfrutarlo. Esa mañana amanecí de buen humor.
Mientras bebía café y recordaba el sueño, pensé en la persona que extraña a su padre, el deseo que tuve para que soñara a ese hombre. Ojalá y que también haya tenido un dulce viaje desconectada de esta realidad.
Me gusta el silencio de la madrugada. A veces, mi perra Hanna ladra al vacío y me recuerda que no estamos solos. Recibimos visitas muy frecuentemente.
Si veo que su cola se mueve de un lado para otro, sé que es buena la visita. Pero si veo que su cola se pone hacia arriba, y los pelos del lomo se le crespan, hago una pequeña oración pidiendo que haya paz y luz para la visita en turno.
Cuando Hanna deja de ladrar, acarició su panza y le hablo. Sé que no entiende mi lenguaje, pero el tono de mi voz y mis dedos entre su pelo le dicen que los dos estamos bien.
Ella corre de un lado a otro, lame las palmas de mis manos y huele mis tenis. Cuando estoy con ella trato de usar el mismo calzado que llevaba el día que tuve que dormir a su hermana Lea. No quiero que se pierda ese olor con el que Hanna recuerda a la perrita Golden Retriever que murió por el cáncer.
Disfruto estar a solas. Hundido en mi silencio y pensamientos. Planeando, imaginando, creando un mapa mental de hacia dónde voy y qué debo hacer para llegar ahí.
Crecí escuchando a la gente narrar sus sueños, de esos que ocurren cuando estás dormido. Me agrada que los compartan, porque habla de la confianza que tienen hacia uno. Un sueño es algo tan íntimo que a veces ni con nosotros se queda. Es fugaz y efímero, no deja huella.
Siendo niño, leí en la Biblia en el libro del Génesis sobre José, hijo de Jacob, quien fue vendido como esclavo por sus medios hermanos y vivió en Egipto, donde descifraba los sueños del faraón.
Luego compré libros donde presumían descifrar los sueños, pero no cumplieron mis expectativas. No creo en esas descripciones. Cada cabeza es un mundo, cada mente genera sus propias imágenes, sus propias pesadillas, sus deseos, sus aspiraciones, sus recuerdos, sus proyecciones más secretas.
Supe que mi Gorda Madre iba a morir cuando nos platicó que soñó la visita de dos niños muy pequeños en su cama del hospital. Una tarde-noche se quedó dormida y ya no despertó. Me gusta pensar que está acompañada de bebés, aunque a veces me avisa que no siempre es así.
A principios de este siglo le platiqué a Mamá Ernestina de un problema que tuve en Zacatecas y por qué la camioneta de una amiga estaba chocada. Ella me dejó muy en claro que prefería visitarme en la prisión que en el panteón. Que no dudara en defenderme.
A veces me asusto de lo que hago en mis sueños, no me tiembla la mano para ayudar, pero tampoco para matar. Reflexiono sobre lo soñado y al final, después de buscar diferentes opciones, confirmo mis acciones en el sueño, no quedaba de otra, tenía que matar.