Chicago (IL), 21 ene (EFE News).- La frontera entre El Paso (Texas) y Ciudad Juárez (México) es un infierno para los miles de migrantes que buscan asilo en Estados Unidos y son rechazados a diario, pero también atrae la atención de mucha gente solidaria, que quiere conocer la realidad de primera mano y ayudar.
«Aquí vemos lo peor y lo mejor de la gente», declaró a Efe el misionero católico Robert Mosher, quien desde hace ocho años coordina en El Paso las visitas que realizan casi a diario más de 25 organizaciones, mayoritariamente religiosas, que llevan gente de todo el país en viajes de «inmersión» a la frontera.
Estas personas se alojan durante una semana en el Centro Misionero de San Columbano, y desde allí cruzan por los puentes internacionales hasta Juárez.
El costo de la visita es de unos 995 dólares por persona, monto que cubre alimentación, alojamiento y transporte local, además del pasaje aéreo.
En los grupos hay gente de todas las edades, ya sean religiosos, maestros, abogados, jubilados, estudiantes y hasta políticos, todos interesados en ser testigos de lo que está sucediendo en ese lugar de la frontera con los migrantes.
Saben que lo que les espera no les va a gustar, y que la realidad del hacinamiento en los centros de detención del lado estadounidense, o de la gente que no puede cruzar la frontera y acaba viviendo en carpas improvisadas en parques, plazas y calles de Juárez, les va a «estrujar el corazón».
Pero igual lo hacen porque, según Mosher, son personas que «están cansadas de gritarle al televisor» ante las noticias de la cruda realidad de los migrantes, sienten que necesitan hacer algo y llegan listas para asumir «cualquier trabajo para ayudar».
La rutina que prepara Mosher para los visitantes va más allá de ver el muro, hablar con la Patrulla Fronteriza, recorrer refugios, cocinar para los migrantes o repartir rosarios, ropa y artículos de higiene.
En su opinión, lo esencial es que hablen con los migrantes y los escuchen, que sus corazones «sean tocados» por los testimonios de familias que llegan huyendo de la violencia y en la frontera son separadas, rechazadas y sometidas a más agravios.
«Podrían regresar a sus casas muy contentos y felices con lo que hicieron, pero en cambio son interpelados y cuestionados por la realidad, por los desafíos, sufrimientos y agresiones que sufren los migrantes», señaló.
Según el misionero, la realidad les despierta la conciencia de lo que tienen que hacer al regresar a sus ciudades «para cambiar el sistema migratorio y las actitudes de la gente poderosa de este país».
«Emocionalmente, es una realidad muy difícil de ver. Nadie en mi grupo pudo contener las lágrimas, pero mi corazón me decía que yo tenía que estar ahí, que tenía que ser testigo», dijo a Efe la consejera educativa retirada Deborah Elhard desde la ciudad de Ellendale en Dakota del Norte.
Ella integró un grupo de la organización Abriendo Fronteras que estuvo en octubre en El Paso-Juárez, y dijo haberse «horrorizado» por las condiciones de los migrantes y el tratamiento que reciben en los centros de detención.
«Siento vergüenza por la forma en que mi país trata a esta gente que llega en busca de ayuda, y no hace nada para protegerlos», agregó.
Abriendo Fronteras es coordinada desde hace 20 años en Dakota del Norte por Vicky Schmidt, quien a los 75 años todavía encuentra tiempo para organizar por lo menos tres visitas al año, en grupos que no superan las 10 personas.
Cuanto menos gente, mayor es la posibilidad de «escabullirse» en los centros de detención como parte de algunos de los grupos católicos autorizados a celebrar misa para los detenidos, y ver de cerca la situación.
La próxima visita será en febrero, con la participación del representante demócrata Joshua Boschee, de la Asamblea Legislativa de Dakota del Norte.
Él también quiere ser testigo de primera mano de lo que sucede en la frontera para «separar la ficción de la realidad», dijo a Efe.
«Escucho y leo historias, y quiero ver personalmente los efectos del cambio de la política migratoria del Gobierno», agregó.
Schmidt dijo que la Patrulla Fronteriza ha aumentado la seguridad y el control en los centros de detención de El Paso, donde se limita la presencia de grupos religiosos.
«No quieren que veamos que tratan a los migrantes como animales, pero muchas veces solamente necesitamos un minuto para un abrazo, o un apretón de manos» para manifestar apoyo a los detenidos, concluyó.