Puebla (México), 2 sep (EFE).- Chocolate, cebolla, tomates, chiles secos, semillas y un guajolote vivo son ofrendados a la madre tierra por los voladores de Cuetzalan, municipio del estado de Puebla en el centro de México, en el hoyo donde se asientan el palo del Volador.
Desde muy temprano los habitantes se reúnen en la plaza principal a observar la preparación del espacio donde se asentará el palo, que en esta ocasión tiene 27 metros de altura y fue seleccionado y cortado con un ritual por los diferentes grupos de danzantes.
Todo comienza con la definición de la medida ideal del tronco para introducirlo en el hoyo del que sacarán el anterior, con machete y sierra eléctrica comienzan a darle forma, quitándole los bordes que puedan ser peligrosos, así como logrando que la base sea adecuada para que se «tambaleé» cada vez que sea utilizado.
Al tiempo se celebra un primer ritual en el que se le reza y humean el palo con inciensos y copal con la intención de purificarlo y lograr que este «limpio» para que cuando los voladores emprendan su vuelo, éste sea libre y sin peligros.
Cuando ya están listos, los voladores acuden a la iglesia a ofrendar a Dios su danza y traición, ya que han podido complementar la tradición prehispánica con la católica. Con su baile a pie del altar ofrecen un guajolote vivo, que es el símbolo de protección, ya que su creencia señala que las alas del ave al morir los ayudarán y protegerán en cada uno de los viajes que realicen.
Al salir del templo son recibidos por la autoridad municipal para darles la bendición para que se puedan aproximar al hoyo donde será colocado el palo.
En círculo alrededor de hoyo, comienzan a tocar el instrumento de viento y tambor para que se comience la danza y todos los danzantes puedan pedir al cielo y la tierra su protección, cada uno de ellos toma al guajolote y bendice su persona y los cuatro puntos cardinales.
Posteriormente, al guajolote se le quiebran las alas para introducirlo al hoyo donde los habitantes, danzantes y autoridades cubren al ave viva con flores, velas y los ingredientes del tradicional mole poblano como parte del agradecimiento que tienen por dejarlos volar en la plaza principal de su municipio.
Con la ofrenda viviente en el hoyo se baila a ras de tierra y al terminar la danza, el párroco de la iglesia eleva una oración y vierte agua bendita encima de la ofrenda.
Cuatro grupos de varones toman las zonas en dirección a los cuatro puntos cardinales y comienza, junto a la maquinaria, a levantar el palo, el cual cae sobre la ofrenda ocasionando la muerte del guajolote de un solo golpe para cumplir con la tradición.
Por varios minutos todos los varones tiran al mismo tiempo con la finalidad de levantarlo y poder centrarlo sin ningún movimiento a algún punto cardinal, debido a que los mensajeros del sol como se nombran tienen que contar con un centro especifico.
Don Jesús, habitante de Cuetzalan, compartió que tiene más de 60 años participando en este ritual, que es importante para su municipio y para mantener vivas sus tradiciones, ya que es una riqueza invaluable para ellos.
«Son los usos y costumbres de los antepasados, para que no les pase nada los que van a volar ahí, a veces se revienta el lazo, a veces pasa un accidente, se caen o se golpean, para que no pase eso, por eso ponen el ritual y cuando lo van a parar va a ir el guajolote abajo del palo, abajo de la ofrenda», dijo.
Entre sus usos y costumbres los hombres que ayudan a colocar el palo evitan que las mujeres se sienten en el tronco recostado porque eso puede ser del mal augurio y pueden pasar accidentes graves, ya que solo los hombres pueden estar de pie, tocar o sentarse en el palo.