Indignación… así, sin eufemismos, eso es lo que causó el asesinato de un trabajador del volante la noche del lunes en el fraccionamiento Pintores Mexicanos.
Contradiciendo el eterno discurso oficial de que “aquí no pasa nada”, y si pasa, no es su culpa, sino de todos los demás, la bomba les explotó a las autoridades por el brutal crimen de un taxista, que al resistirse de ser despojado del poco dinero que traía, fue asesinado de una certera puñalada en el corazón.
Pero esto no quedó ahí, ya que decenas de trabajadores del volante y choferes de aplicaciones por fin se unieron, pero para pedir justicia, y además, para exigirle al gobernador que haga su trabajo.
No es posible, dicen que por míseros 300 pesos y un celular, unos sujetos y una mujer, seguramente bajo el influjo de las drogas, porque no puede haber otra explicación, decidieron matar a un inocente que sólo cumplía con su deber para llevar el sustento familiar.
La exigencia es válida: el mandatario debe hacer su chamba, pero no nada más en seguridad, sino en todos los rubros, donde es evidente que está quedando a deber, porque entonces cómo podrían explicarse casos como éste, así también como en el Sector Salud de que nuevamente estemos de regreso al color amarillo, y ejemplos como éstos, muchos, lamentablemente.
Al parecer tiene que morir alguien para que la sociedad se una, pues recordemos que hace sólo unas semanas un universitario perdió la vida en idénticas condiciones, donde un par de malandros lo asesinaron a plena luz del día y afuera de su escuela; estudiantes, padres de familia, amigos y vecinos se unieron a una sola voz para reclamar ese enésimo hecho de sangre, pero seguramente no pasará de las promesas de mayor seguridad.
La gente ya está harta, tiene miedo, pues sabe que en cualquier momento algo malo podría pasarle y también sabe que ante sujetos como estos asesinos que no tienen piedad, no se tendría ninguna oportunidad de sobrevivir.
Por eso la gente se arma, busca proteger a sangre y fuego el patrimonio, pero principalmente su propia vida y la de su familia, pero quien no tiene oportunidad de procurarse protección está a la deriva y cuidándose de todo y todos, y esto no es vida.
Ahora fue uno de los trabajadores del volante, que ya sabemos pasan horas buscando pasaje para poder entregar la cuota que les exige el concesionario, y aunque por la temporada la actividad ha mejorado, no siempre es así y tienen que pasar el día ruleteando para poder subsistir, y lo hacen con el eterno riesgo de que los pasajeros les saquen un susto, o hasta que los contagien del Covid, como ha sucedido.
¡Ya basta!, alguien tiene que hacer su chamba y no la está haciendo, en perjuicio de la población que ya está harta. Qué impotencia como sociedad conocer este tipo de situaciones que nos lastiman, que nos ofenden, pero que principalmente nos indignan, ¿cómo es posible que la gente salga con miedo de su casa sin saber si va a poder regresar?, no es justo. Ahora fue un taxista la víctima, pero ¿cuántos más?, ¿quién ya no regresará a su hogar?, ¿qué nadie puede poner un alto a la violencia?… por como están las cosas, tristemente ya sabemos la respuesta a la última interrogante: no.